28 ago 2009

23: La intervención de Faetón.


En Rodas, Faetusa se encontraba sentada en las afueras del templo de Helios mientras los demás charlaban al interior del salón principal sobre los planes a seguir, Pirois estaba ya en Athenas acompañado de su “novio” Mime consiguiendo información valiosa para atacar el santuario de Athena en el momento más conveniente para Helios.

                —Todo debe salir bien —rió Helios repasando las últimas noticias recibidas de Mime—. Esta  vez Selene va a ver que debió aliarse conmigo, su hermano; que con esa estúpida de Athena.

                —Así será mi señor, así será; pero, al llegar a las diosas, ¿debemos matarlas? —cuestionó Faetón.

                —A Athena sí, pero por supuesto frente a mi tonta hermana gemela, después pensaremos qué hacer con Selene, ya que no deja de ser mi hermana.

                —Como usted ordene mi señor Helios —respondió Circe ceremoniosamente.

                —Debemos irnos preparando por si acaso las cosas se adelantan —dijo Faetón levantándose de su asiento ante el fastidio de Aetón.

                —Pirois está allá con su novio, así que seguimos teniéndolos vigilados, podemos estar tranquilos por ahora Faetón —agregó Aetón.

                —Lo sé, pero quisiera ver ese santuario y la alianza con mis propios ojos para asegurarme de que todo va como debe ir.

                —Ya será tu momento mi querido Faetón, mientras tanto Pirois estará ahí siendo nuestro espía —intervino Helios finalmente acallando la discusión.

                —Sí señor.

                Helios salió del salón dejándolos conversar, Circe miraba a Aetón con molestia, definitivamente su actitud estaba fastidiando el humor de todos ahí.

                —Mira Aetón, si tanto te molestó aquella mocosa en Atenas ya tendrás tu oportunidad de matarla con tus propias manos, mientras tanto deja de contagiarnos esa actitud tuya —sentenció Circe ante la sorpresa del resto de los guerreros.

                —Escúchame bien Circe, no sé quién diablos te ha dado la autoridad para hablarme de la manera en que lo haces pero, por mí puedes tragarte tus palabras, enteras o por  partes; porque no pretendo hacerte caso.

                Aetón salió del salón ignorando los reclamos de la diosa hechicera, mientras los demás se miraban unos a otros sin dar crédito a lo que habían visto. 

                — ¡Con un demonio!—exclamó furioso, saliendo del templo—, maldita bruja; ¿quién demonios se ha creído que es?, pero ya verá...
                Faetusa salió del templo buscándolo, le miró de lejos hacer su rabieta y no pudo evitar  reírse por la patética actitud de su compañero de armas.
|             —Tal vez si te comportaras de forma inteligente, Circe no te trataría como un idiota, ¿no lo crees?
                — ¡A ti qué más te da!—gruñó el guerrero molesto por haber sido invadido.
                —Verás Aetón, estamos planeando una batalla; esa “bruja” es de suma utilidad, de no ser por ella, no tendríamos “carne de cañón” que te evite a ti ir primero al “matadero”, ¿no te parece?
                — ¡Al diablo con eso!—reclamó indignado—, ¡soy un guerrero, maldita sea! No necesito la ayuda de la bruja esa para evitarme nada.
                —Estás siendo irracional.
                —Mira, Faetusa; lo dice quién es autora “orgullosa” de unir a Pirois con un estúpido guerrerete asgardiano.
                — ¿Qué tiene que ver eso contigo?—preguntó la rubia guerrera, clavando sus intensos ojos azules en su compañero.
                — ¿Qué?
                —Nada, ¿verdad?—dijo mirándolo fijamente—, no tienes por qué sacar eso a colación; lo mejor es que te serenes, te concentres y hagas lo que te toca hacer.
                — ¡Ya lo sé!
                — ¡Entonces, házlo, maldita sea!—gritó aquella rubia guerrera que, en la jerarquía, tenía un rango mayor que él.
                Aetón la miró furioso y entró de nuevo al templo principal, para dirigirse directamente a su alcoba e internarse en ella hasta calmarse; sabía que Faetusa tenía razón, pero no tenía derecho a hacérselo notar de manera tan desagradable.
                Faetón miró toda la escena desde el interior del templo, miró a su hermana regresar al templo con completa tranquilidad y una ligera sonrisa dibujada en su pálido rostro.
                — ¿Te has divertido, no es así?—preguntó al tenerla frente a sí.
                —No sé de qué hablas—negó sonriendo más ampliamente—, si te refieres a aquel necio, no.
                — ¿No?
                —No. La verdad es que me parece un total idiota, su ego va a hacerlo perderse, si no fuera compañero de batalla no me importaría, pero su estupidez puede afectarnos a todos.
                —Es verdad...—reflexionó el guerrero de cabello castaño y ojos verdes, con el que ella había crecido.
                —Como sea...—dijo buscando evadir el tema—, ¿te tiene tenso el que Pirois esté allá?
                —No, para nada. La verdad es que soy demasiado ansioso, quiero acabar con esto cuanto antes...
                — ¿Y después?—cuestionó mirándolo fijamente.
                — ¿Después?
                —Sí, ¿qué planeas hacer después?
                —Regresar a casa Madeleine...
                —Maurice...—dijo mirando con ternura a su hermano mayor.
                — ¿Tú qué tienes planeado, Madeleine?—cuestionó con amplia sonrisa el mayor de los hermanos.
                —No lo sé—dijo de forma despreocupada—, prefiero no andar planeando cosas.
                —Siempre eres así...—musitó de forma casi inaudible, mirándola comprensivamente.

                Pirois se encontraba sentado sobre el suelo, en una de las esquinas del cuarto del silencio, casi todo el tiempo; de vez en cuanto se levantaba y daba vueltas dentro del mismo hasta cansarse y volver a tumbarse en el suelo, en esa precisa esquina, la más alejada de la puerta de acceso, y la más cercana a una rendija de ventilación que permitía el paso de la luz exterior, durante la noche. Estaba inquieto, no cabía duda; quería que todo terminara, como fuera, pero que acabara pronto. Sabía que Mime estaba entrenándose duramente con los caballeros dorados y las guerreras de Selene; por un lado deseaba que Mime desistiera del plan que tenían en contra de su dios, tenía miedo de que la alianza que su gente estaba haciendo con Selene y Athena fracasara, pero no quería que fuera su dios quien volviese a fracasar, como durante la última batalla.
                Optó por recostarse mirando hacia el techo del cuarto, quería volver a hablar con Mime; de ser posible, que le permitiesen estar con él, tocarlo al menos. Cerró sus ojos al escuchar que estaban pasando algo por la rendija destinada a que le pasaran sus alimentos; fingió dormir para evitar que le molestaran.
                —Tu comida ya está dentro, Pirois.
                Abrió los ojos enseguida, era la voz de Mime.
                — ¡Hay que hacer que esto se detenga!—exclamó incorporándose con rapidez.
                —No hay mucho que pueda hacerse para lograr eso, tu dios es un necio; es él quien quiere atacar a Athena y a Selene; ha hechizado a la señorita Hilda y nos está utilizando como carne de cañón.
                —Mime...—suplicó el inglés clavando su mirada en los ojos del rubio—. Escucha, no quiero que mueras.
                Se dibujó una ligera sonrisa en el rostro del asgardiano, quien de inmediato desvió su mirada hacia el acceso al pasillo.
                —Yo no quiero que mueras, ¿entendido?—dijo con firmeza—, por eso estás aquí; ya veremos que los planes de tu dios se vayan al traste, aunque también sé que no quieres eso.
                —Puedo intentar convencerle...
                —No, tú sabes que no funcionaría; que te tratarían de traidor. Que se darían cuanta de las intenciones de mi gente y acabarían con nosotros a traición.
                —Sí, lo sé...
                —Come, ya vendré en otro momento.
                Mime desapareció a través del pequeño vestíbulo que conducía a la habitación del silencio; podía escuchar sus pasos alejarse a través del amplio pasillo del templo principal. Ingirió sus alimentos sin hacer mayor aspaviento, tenía que pensar; debía haber algún método que detuviera esto...
               
                Faetón y Circe platicaban dentro del salón principal, mientras Faetusa caminaba despreocupadamente en el jardín interior del templo de Helios.
                — ¡Circe, Faetón!—exclamó Helios, logrando captar la atención de todos sus guerreros, y de los asgardianos.
                —Sí, mi Señor—dijo Circe haciendo una leve reverencia.
                —Verán, se me ha ocurrido que le demos a Pirois una o dos semanas más, para medir las cosas al interior del santuario.
                —Sí, señor—dijo Faetón mirando a su dios.
                —Pero, tú; Faetón, tendrás la importante misión de ver otra clase de detalles—explicaba Helios, notando el desconcierto en sus guerreros—; me explico, estarás como observador de la zona en la que combatiremos, los pros y contras del lugar; me refiero a que estarás indagando sobre posibles puntos débiles del santuario de Athena que nos sirvan para mermar su posición; no olvidemos que sí, son doce caballeros dorados y doce templos, pero hay cuatro caballeros de bronce ahí y están las guerreras de Selene; necesitamos saber cómo podrían llegar a distribuirse en el momento de la batalla.
                —Eso es casi imposible saberlo, mi Señor—intervino Faetón reflexionando acerca de su misión.
                — ¿Por qué?
                —Es sencillo, es Pirois quien está dentro, sabe quién se lleva bien con qué guerrero; lo más probable es que distribuyan así, por afinidades.
                —Sí, bueno; pero el santuario debe tener puntos débiles en su distribución, es un complejo viejísimo de templos, lo más probable es que ni ellos mismos conozcan al cien por ciento el terreno que pisan. Además, Faetón, tú eres bueno haciendo planos, ¿me equivoco?
                —No se equivoca, Señor Helios—respondió el guerrero, con un tono que sonaba más a resignación que a convencimiento—. Haré las observaciones del lugar y haré un plano, que podamos usar para planear una estrategia de guerra.
                — ¡Maravilloso!
                — ¿Cuándo quiere que vaya a Atenas, Señor?—cuestionó el general haciendo una reverencia.
                —Deja que pase esta semana, que Pirois tome la mayor cantidad de información; irás, harás esos planos, haremos la estrategia, y vamos a acabar con Athena; y a capturar a mi tonta hermana Selene—dijo Helios en un tono más imperativo.
                —Así será, mi Señor—dijo Circe luciendo contenta con la determinación de su dios.
                — ¿Pirois, Mime y Phenril permanecerán dentro del santuario?—intervino Faetusa, ante una feroz mirada de Circe.
                —Así es, mi pequeña; los guerreros de Athena y Selene no deben saber que ellos son “de los nuestros”, al ir a atacar, lo más probable es que se angustien de que algo así suceda cuando tienen visitantes en el santuario; imagínate la reacción que tendrán cuando ellos tres se volteen dentro y les ataquen desde su propia trinchera—rió Helios completamente complacido.
                Aetón miraba todo aquello desde el quicio de la puerta, escuchaba con atención la idea y planes de su dios; sabía que con una estrategia tan pensada el santuario de Athena sería suyo; miró a Alberich, a Tholl y a Adonis, el antiguo guardián de la princesa de Venus, junto a él observándolo todo; notó cómo se iluminaba el rostro de Alberich y se dibujaba en su rostro una torcida y malévola sonrisa. No pudo evitar sonreír, se imaginaba que Alberich planeaba algo estúpido, era lo suficientemente ególatra y megalómano para querer el triunfo para obtener algo para sí. Ya le mataría, una vez que terminara de serles útil.
                Tal y como había ordenado Helios, Faetón esperó la semana para que Pirois y Mime reunieran la mayor cantidad de información que les fuera posible; arregló sus cosas con la ayuda de su hermana, quien permanecía muda al respecto de su misión.
                —Si tienes que decir algo, sólo dilo—invitó Faetón mirándola con sus intensos ojos verdes.
                —No tengo nada que decir—respondió terminando de guardar un par de cámaras fotográficas.
                —Vamos Made... Faetusa.
                —Mi nombre no es Faetusa.
                —Lo sé, pero aquí lo mejor es mantenerlo en eso.
                —Supongo.
                — ¿Estás enojada?
                —No, más bien tensa. Digamos que ya veo la batalla muy cerca; no es que dude, pero no puedo evitar estar nerviosa.
                —Te entiendo, tú en el fondo sabes lo que esto representa, yo no...
                —No pudiste...—musitó la rubia joven sentándose sobre el borde de la cama de su hermano.
                —Está listo el helicóptero, Faetón—interrumpió Aetón entrando, sin haber llamado a la puerta.
                —Ya voy—respondió secamente el general.
                —Debiste llamar a la puerta Frederick—reclamó Faetusa mirándolo con furia.
                —Hay muchas cosas que deberían hacerse, y no por eso son—dijo tajantemente el guerrero.
                —Lárgate Aetón—ordenó molesto Faetón con la mirada encendida, y haciéndole el ademán de que se fuera.
                Aetón miró, por primera vez, esa actitud en Faetón, retrocedió por puro instinto; se dio la media vuelta y, sin decir nada, desapareció en el pasillo. Faetón devolvió la mirada a su hermana y, tras poner su mano sobre su hombro, cogió su maleta y salió de la habitación. Salió del templo principal, con rumbo al helipuerto que se encontraba en la explanada, abordó la aeronave y se encaminó a Atenas.
                Llegó a Atenas y de inmediato, tras instalarse en la habitación del hotel del pueblo que le había sido reservada, se dirigió al santuario para comenzar con sus observaciones; tenía la típica apariencia de turista, por lo que andar por ahí fotografiando el santuario y sus alrededores no parecería sospechoso.

No hay comentarios.: