Capítulo 24: La misión de Faetón.
Tras la partida de Faetón de Rodas, Faetusa salió de la habitación de su hermano y se encaminó al salón principal, topándose con la mirada burlona de Aetón.
—Sigue buscándote problemas Aetón, te juro que los vas a encontrar; de hecho, estás acercándote mucho —amenazó Faetusa mirándolo con una furia que jamás había visto en la mirada de aquella guerrera que tenía rango de general.
—Como quieras.
—Basta, ustedes dos —invitó Circe—. No es momento de pelear, al contrario; debemos permanecer unidos, estamos juntos en esto.
—Sí, señorita Circe —dijo servilmente Aetón, haciendo una reverencia pronunciada, ante la mirada de fastidio de ambas.
—Déjate de tonterías, y regresa a tus aposentos —ordenó Circe.
— ¿Pirois y Mime saben que Faetón va para Atenas? —preguntó Faetusa mirándola con curiosidad e ignorando la molestia de Aetón por la última orden de Circe.
—Así es, le avisé a Mime; dijo que le avisaría a Faetón de inmediato.
— ¿Es sólo Mime quien da la información? —cuestionó Faetusa con actitud suspicaz.
—Sí, me explicaron que se habían organizado de tal manera que Pirois está “llevándose bien” con algunos guerreros de Athena y él permanece bastante más tiempo en el templo que les han asignado para quedarse —explicó Circe, entendiendo las sospechas de Faetusa.
—Ya veo, lo mejor que podrían hacer es fingir que no se conocen, ¿cierto?
—Claro, si no queremos levantar sospechas.
—Bien, iré a mi alcoba; cualquier cosa que necesite, señorita Circe, no dude en pedírmela —dijo tras hacer una leve reverencia. Se disponía a irse cuando Circe volvió a llamarla—. ¿Sí, señorita?
—Te suplico dejes de pelear con Aetón; es algo terco, pero muy buen guerrero.
—Así será, señorita —dijo finalmente, preparándose para abandonar el lugar.
En Atenas, tres días después de su llegada, Faetón recorría los alrededores al santuario de Athena fotografiando lo más que le era posible; definitivamente no podía acercarse tanto, tenía que ser precavido, si todo lo que había escuchado respecto a la sensibilidad de algunos guerreros como Shaka de Virgo, la guerrera de Plutón, Marte o Neptuno, debía andarse con cuidado de ser percibido. A lo lejos vio a Mime asomándose por la entrada del templo de Géminis, sabía que Mime estaba enterado de que él estaría ahí y de la naturaleza de su misión en Atenas, por más que merodeó por los alrededores no pudo divisar a su compañero Pirois por ninguna parte. «Debe estar por algún lado que no he recorrido aún», pensó para evitar sospechar que algo andaba mal, y concentrarse en su misión.
— ¿Es él?—cuestionó Michiru a Mime, quien platicaba con la joven con ademanes excesivamente femeninos.
— ¡Exacto! —exclamó Mime exagerando de nuevo.
—Ya veo...—musitó reflexionando la situación—, ¿qué crees que sea bueno hacer?
—Le dije a la señorita Kido que cuando él esté fotografiando cerca de alguno de ustedes se dedicaran a hablar de “pasadizos secretos” al templo principal.
— ¿Atajos? —preguntó Camus curioso.
—Sí, lo que sea; él está aquí para elaborar planos y sugerencias para facilitarles el ataque.
—Bien—respondió Michiru, aún pensativa—; aunque, está tratando de comportarse como un turista normal, pero el hecho de venir a fotografiar a diario, con tanta insistencia, excede el comportamiento de un turista...
— ¿Podría alguno de nosotros acercarse a él? —preguntó Camus.
—No lo sé; desconozco qué tan prudente pudiera ser—respondió Mime colgándose del brazo del francés y dando golpecillos en él.
— ¿Se le dio la orden de ponerse en contacto contigo o Pirois?
—No, para nada; al contrario, debe mantenerse alejado para evitar que ustedes sospechen algo.
—Esa es buena señal —dijo Camus llevándose la mano derecha a la cara, cubriendo su boca y parte de la nariz, en actitud reflexiva.
— ¡Bueno, yo les dejo; voy a ver a mi amado Richard! —exclamó caminando a paso rápido hacia el templo de Géminis.
—Te vemos luego —despidió Michiru agitando su mano, mientras Camus asentía en silencio—; eso quiere decir que anda cerca... —musitó Michiru a un Camus que sostenía su mano y la invitaba a “dar un paseo”.
Recorrieron los alrededores del templo de Virgo a Acuario, miraron al guerrero solar fotografiando la zona; pero actuaron como siempre solían hacerlo cuando se topaban con algún turista común y corriente, charlaban de sus planes a futuro o de lo felices que estaban de verse, después del tiempo que habían permanecido separados. Observaban cuidadosamente al “turista fotógrafo” quien también observaba cuidándose de no ser descubierto; él había identificado a la guerrera de Neptuno quien iba acompañada de un caballero dorado, si lo descubrían no le sería tan fácil acabar con ambos él solo, y si Pirois intervenía su fachada se vendría abajo, comprometiendo los planes de Helios.
«Debo ser cauteloso», se dijo internamente; caminó hacia otro rincón del lugar y siguió tomando fotografías, aparentando estar fascinado por la majestuosidad del santuario.
—Casi no es obvio —musitó Michiru al oído del acuariano, tras depositar un tierno beso en la oreja de su novio.
—No hagas eso... —suplicó Camus mirándola a los ojos.
—Lo siento —respondió apenada.
Aquella expresión en el rostro de Michiru le hizo negar con la cabeza enseguida y suspirar derrotado, lo que hizo que ella se desconcertara; él tomó el rostro de la chica entre sus manos y depositó un beso sobre los labios de la joven, quien le miró enternecida.
—No puedo contra ti... —suspiró Camus finalmente.
—Es bueno saber cuál es tu punto débil, señor —rió Michiru abrazándose al guerrero.
«No me parece que esa chica sea lo que Aetón dice...», pensaba Faetón mirándolos de reojo desde una orilla del camino, «esto no va a ser nada fácil». Ambos guerreros aliados cuidaban de lejos el comportamiento del general solar que recorría los alrededores del santuario. Tras recorrer gran parte del lugar, Faetón decidió regresar al pueblo para descansar; ya revisaría después en su computador portátil las fotografías tomadas.
—Dices que Faetón ha estado vigilando el santuario, ¿no es verdad? —cuestionó Pirois desde el interior del salón del silencio a un distraído Mime.
—Así es… —respondió el asgardiano—. Como sea, su misión es sólo hacer planos del santuario para planear cómo atacarlo, ya tenemos previsto cómo distraerlo y lograr que todo le salga mal…
—Mime, sí sabes que para mí, saber todo esto y no hacer nada es traición, ¿verdad?
—No haces nada, no porque no quieras, sino porque no puedes, es diferente, no eres traidor, eres rehén. Es mejor verlo de esa manera Richard; además, cuando todo esto acabe no tendrás que ser castigado por tu dios, ya que serán Athena y Selene quienes manden a dormir a Helios, una vez más.
— ¡Mime! —reclamó el guerrero solar mirándolo con una mezcla de furia e impotencia.
— ¡Nada, te dije que no te dejaría morir por una idea estúpida!, pues planeo cumplirlo, así me cueste la vida, ¿entiendes?
Pirois miró en silencio al rubio asgardiano, aquella postura, toda su energía decían que no mentía, que estaba concentrándose al máximo para lograr lo que se proponía. Podía sentirlo, se dejó caer de nuevo en el suelo, se acomodó y con ligera sonrisa miró a quien fuera a Atenas con él a “fingir” ser su amante.
—Y bien Mime, ¿cómo van los entrenamientos de los aliados?
—Bien, pero supongo que es algo que tampoco te alegra mucho, mejor háblame de otra cosa, que nada tenga que ver con esta estúpida venganza y la guerra que se nos viene encima —suplicó Mime sentándose frente al salón del silencio.
—No es fácil Mime, he estado pensando en cómo detener esto, lo más que puedo hacer es decirte que Maurice es arquitecto, supongo que está aquí para emplear sus conocimientos y hacer planos.
—Por favor…
—Como sabes soy inglés; mis padres murieron cuando cumplí los doce años y la señorita Circe me encontró para hacerse cargo de mi entrenamiento y educación, sin decirme nada en realidad, hasta hace unos meses supe que soy un guerrero de Helios. Estudié la universidad, soy veterinario, siempre me han gustado los animales, tenía una pequeña clínica en Essex…
Mime le escuchaba atento mientras le narraba su vida y los planes que tenía antes de ser convocado por Circe para ser Pirois.
— ¡Mime! —se escuchó la voz de Milo de escorpio al fondo del pasillo.
— ¿Sí? —preguntó el guerrero de Asgard, poniéndose de pie.
—La diosa Athena desea hablar contigo —informó Milo acercándose lentamente.
—Iré enseguida, gracias.
Mime corrió a través del pasillo para ver a la diosa Athena, Milo se volvió para ver al guerrero solar, quien se mantenía sentado sobre el suelo mirando hacia una pared, con semblante melancólico.
—Sabes que una vez que todo esto acabe vamos a matarte, ¿no es así?
—Deseo que todo esto pueda ser evitado, antes que toda esta locura iniciara yo tenía una vida normal, un trabajo y planes; Maurice, el guerrero que está aquí, es arquitecto, lo mejor que pueden hacer es despistarle sobre caminos secretos, pasadizos de un templo a otro que no existan…
—Eso ya ha sido previsto, ¿por qué me dices esto? —cuestionó Milo desconcertado.
—Ya te lo he dicho, preferiría que todo esto pudiera ser evitado, no quiero que Mime muera, que se derrame sangre innecesaria…
—Es tu dios quien está dando inicio a esto.
—Lo sé, le dije a Mime que me permitieran ir a convencerlo de terminar con resta estupidez…
—Eso es imposible, no van a dejarte salir de aquí.
—Lo sé… —dijo con triste sonrisa, dirigiendo su mirada al guerrero dorado—. Uno de mis compañeros quiere hacerse de la guerrera de Mercurio.
Milo le miró sorprendido, cómo podía él saber que Amy y él tenían algo, aunque tuvieran problemas, ella era sumamente importante para él.
— ¿Quién? —cuestionó Milo conteniendo su furia.
—Aetón, tú debes conocerle como Frederik, un danés prepotente e irritante que acabó muy de malas por conocer a una guerrera que él dice que es igual que él, la guerrera de Neptuno; Michiru, la chica con clase —explicó con preocupación, Richard.
— ¿Por qué me dices esto, quieres calentarme la cabeza acaso?
—No; no estoy contándote esto como “Pirois”, sino como Richard, sé que estoy hablando con un caballero dorado de la orden de Athena, pero también sé que estoy hablando con Milo. No soy estúpido, la forma en que miras a la guerrera de Mercurio, Amy, me da a entender que ella es muy importante para ti.
—Lo es… —musitó Milo reflexionando las palabras del hombre que permanecía sentado dentro del salón del silencio—. Decirme esto representa traición para tus compañeros y tu dios, ¿no temes?
—Esta guerra es producto de una venganza; yo fui educado de una manera por mis padres, me enseñaron a resolver mis conflictos hablando, no utilizando los puños, a menos que sea necesario para mantener la justicia.
—Pero Helios es tu dios…
—Yo no lo supe hasta hace unos meses; a mí se me dijo que Athena y Selene se habían aliado para encerrarlo porque le atacaron a traición. Ahora resulta que todo lo que Circe me dijo es mentira, ella es hechicera, tiene a Hilda de Polaris bajo su dominio, ahora que pude hablar con las diosas y sentir esa energía llena de luz y amor que emanan he comprendido muchas cosas, Milo de escorpio.
Milo permaneció en silencio, las palabras de Richard retumbaban en su mente una y otra vez. Sabía que estaba actuando como humano, no como guerrero; que, a diferencia de él, quizás no había sido educado como guerrero, sino que había sido “despertado”; aun así, más de una vez, sobre todo después de haber conocido a las guerreras de Selene, le había pasado por la mente la idea de tener una vida normal; y estaba convencido que a más de cinco de sus compañeros les había cruzado la misma idea por la cabeza.
— ¿Qué vas a hacer cuando esta guerra inicie? —preguntó Milo curioso.
—Nada —respondió ante el asombro del caballero dorado—; no hay nada que pueda hacer dese aquí, ¿cierto?
—Cierto… —rió Milo entendiendo el motivo del comentario del guerrero solar con el que charlaba.
En la cámara del patriarca, Saori y Serena charlaban con Mime sobre las intenciones de Faetón al fotografiar y recorrer el santuario con tanta insistencia. El asgardiano compartió con ellas lo que Pirois le había confesado, y que lo ideal era mantenerse en lo dicho: mentir respecto a la distribución del santuario y posibles pasadizos.
— ¿Pirois está colaborando? —preguntó Serena sorprendida.
—Así es, señorita Selene —respondió Mime ante la mirada desconfiada de Saga y Mina, quienes cuidaban la puerta de acceso a la cámara—; aunque es mejor seguir teniéndolo ahí dentro.
— ¿Crees que mienta? —preguntó Saga finalmente, ante la mirada resignada de Saori.
—No.
— ¿Crees que quiera decirnos qué tanto planea su dios? —preguntó Saga nuevamente.
—No lo sé; me dijo que deseaba que le dejáramos ir convencer a su dios de detener toda esta estupidez…
—Mime… —suspiró Serena mirándolo con ternura.
—Si regresa a hacer eso van a matarlo, por traidor —dijo Saga reflexionando.
—Lo sé, por eso lo mejor es tenerlo ahí dentro.
—Quiero hablar con él —dijo Saori con determinación—, ¿vamos, Serena? —invitó con amplia sonrisa a la rubia reencarnación de la diosa de la Luna, quien accedió de inmediato con amplia sonrisa—. Saga, Mina, permanezcan aquí; Mime, ven con nosotras, por favor.
Saga las miró sorprendido, mientras Mina colocaba su mano sobre el brazo del geminiano, quien se volvió a mirarla, ella negaba en silencio; sólo miró a ambas diosas abandonar el recinto en compañía de Mime y cerrar la puerta.
Saori y Serena se dirigieron al salón del silencio en compañía de Mime, Milo enmudeció al verlas llegar y, tras hacer una reverencia abandonó el lugar dejándolas con el asgardiano y el guerrero solar, sin alejarse demasiado.
—Pirois, las diosas Athena y Selene desean hablar contigo —dijo Mime en tono ceremonioso.
El guerrero solar se levantó pesadamente e hizo una reverencia ante ambas diosas, permaneciendo ante ellas con una rodilla apoyada sobre el suelo.
—Levántate, por favor —pidió Saori sonriendo—, no es necesaria la reverencia.
—Diosa Athena, diosa Selene, por favor; si hay algo que se pueda hacer para evitar esta guerra…
—Eso es, precisamente lo que deseamos saber, Richard —dijo Serena llamándolo por su nombre de pila.
—Señorita…
—Lo único que deseamos es que todos ustedes puedan tener vidas normales; que todas estas luchas innecesarias pudieran ser evitadas —dijo Saori con triste semblante.
—No hace mucho tuvimos que combatir con Afrodita, y ahora será Helios… —continuó Serena mirándolo con tristeza.
— ¿La diosa Afrodita? —preguntó Pirois desconcertado.
—Así es.
—Alguna vez, en el santuario de Rodas, escuché a Circe decir que ella podía despertar dioses, quizás ella tuvo que ver en ello; aunque, no me hagan mucho caso. Lo que sí sé, es que usted, señora Selene, tiene que ser más fuerte que nunca; su hermano buscará utilizar todas las debilidades que conoce de usted —confesó Pirois sin levantar la mirada.
— ¿Mis debilidades? —cuestionó desconcertada—; pero, mi debilidad son mis amigos…
—Justamente, señora.
—Debemos detener esto… —musitó Serena dándose cuenta de lo que Pirois acababa de confirmarle—. Debe haber alguna manera…
—Sólo resta estar preparados —intervino Mime, logrando que Saori y Richard asintieran en silencio.
—Estamos unidos, Serena; nosotros no las abandonaremos —dijo Saori con triste sonrisa—; podremos salir victoriosos de esta guerra.
—Sí… —musitó débilmente Serena, mirando a su amiga y aliada, y esbozando una ligera sonrisa—. Así será.
—Lo lamento —dijo Richard bajando su mirada hacia el suelo—, quisiera poder detener esto, pero ya no es posible.
—No te preocupes, esto tiene que acabar de una vez por todas —intervino Serena con amplia sonrisa—; no dejaré que mi hermano dañe a las personas que amo, ni a la humanidad. Esto se acabó.
Aquella seguridad en la voz de Serena logró sorprender a Saori, quien la miró desconcertada; sonrió, en señal de apoyo y asintió para no dejar dudas de que darían todo para finalizar con ese conflicto mitológico. El asgardiano hizo una reverencia ante ambas diosas y asintió en silencio.
—Este es un mundo hermoso, lleno de tantas cosas buenas, y malas que nos hacen valorar las buenas —dijo Serena mirando al guerrero solar con amplia sonrisa—, no podemos permitirle a nadie impedir eso.
Richard miró asombrado a ambas diosas; quienes, a pesar de estar seguras de darlo todo en el combate, miraban con profunda tristeza, de sólo pensar lo que eso significaba para sus guerreros. Podía sentir la energía de ambas diosas emanar de ellas, llena de amor, y tristeza a la vez.
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